Don Vicente, más que un paciente, una enseñanza de vida

Una bolsa de mercado naranja acompaña en soledad a Jose Vicente Godoy, un hombre de 94 años con una camisa a cuadros y un saco de tono gris que le ayuda a combatir el frío de una sala de espera casi vacía. Oriundo de Icononzo-Tolima,  “Don José” como le llama una que otra enfermera al pasar, rodea fuertemente con su mano izquierda esta bolsa mientras suelta una carcajada y un “buenos días”.

`Tintico’ y una pausa, sus recuerdos empiezan a evocar numerosas historias siendo niño, adolecente, padre y abuelo. Todo fluyó como si hubiera pasado ayer, un campesino honesto y trabajador que sacó adelante a su única hija, Luz Elida, quien hoy tiene más de 50 años y solo asiente ante las historias de un padre luchador ante las adversidades del campo.

Ha sido una vida llena de altibajos tal y como suelen recorrer estos pasillos, pero, con una singularidad especial, pues doña Luz se enorgullece de las prósperas manos de su padre y solo interviene para mirarlo con  un gesto de agradecimiento al ayudarles a construir un futuro honesto para ella y sus nietos.

En este punto una enfermera interrumpe su despliegue de historias para avisarle que en cualquier momento su cama estará lista para realizarse las quimioterapias. Así es, Don José está enfermo. Es frecuentemente atendido en el hospital Federico Lleras Acosta y más que otro paciente, “es el amigo de todos” añade la enfermera con una sonrisa amable.

Su estancia cada que realiza estos procedimientos es especial, “Aquí son muy amables” añade doña Luz, pues la calidez y humanidad del personal médico que lo rodea todo el tiempo hace que se pueda sentir fuerte, respetado y sobre todo útil. Tiene más de una anécdota con las enfermeras, pues es muy activo, sin embargo, su prioridad es que Don José se sienta feliz y cómodo aún estando lejos de su hogar.  

Es una atención con experiencia, no hay dudas y es que el Hospital ha tratado unos 1.900 casos de cáncer en los últimos tres años, cifra que pone en evidencia los conocimientos del personal acerca de este tipo de enfermedades degenerativas y todo el servicio de humanización que implica acompañar procesos tan complejos como estos.

Minutos después, don José saca una botella envuelta con papel regalo rosado, y mientras la enfermera vuelve a sus obligaciones, le ofrece un detalle diciendo “Mire lo que le traje señorita”, sus manos solo reflejan los años de trabajo en el campo, arduo en las tierras Tolimenses, sin embargo, su gesto no pierde la ilusión de un corazón sincero.

Es algo ejemplar un hombre de 94 años con tanta envergadura y orgullo de no sentirse una carga para las personas que lo rodean. Es más, lo dice a las cuatro paredes mientras baja el tono de voz como si de un secreto se tratara susurrando “De todos los que hay en el hospital a mi no me cambian, ni me bañan, ni nada, yo puedo solo con todo eso y por eso me quieren mucho”

Creció en una familia humilde al oriente del Tolima y confiesa que siempre ha tenido un espíritu inquebrantable. Así mismo, con esa fortaleza se toma un momento para hablar de sus 9 hermanos fallecidos, algo que sin duda es difícil, sin embargo no siente tristeza y solo hace una corta pausa para decir con un aire risueño “soy el único que quedó”.